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miércoles, 27 de marzo de 2013

el cuarto prohibido

Para Oscar
gracias por contarme esa bonita anécdota
que  inspiro esta pequeña historia

De pequeña me encantaba pasar el tiempo en casa de mi abuela, por eso adoraba la semana santa, estar dos semanas completas en su casa junto a mis primos era lo mejor que en aquellos tiempos podía pasarme.

No tenia la menor idea de a donde se iban mis papas después de dejarme con la abuela y decirme “Pórtate bien, no hagas enojar a Tita, y sobre todo ya sabes que no puedes entrar al cuarto del fondo”. Después de eso, ellos cruzaban algunas palabras con Tita y se iban. Pero, bueno, creo que eso no es importante.

Siempre era la primera en llegar a la enorme y antigua casa que se ubicaba en alguna parte del centro de la ciudad, le había pertenecido a la bisabuela de Tita, luego a su madre y finalmente a ella. Tenía tres pisos, un jardín lleno de flores, arboles frutales y una fuentecita llena de moho. En la parte trasera se encontraba un enorme patio, en medio de este se ubicaba un viejo y gran árbol, que en las noches se volvía la cosa más tétrica, y al fondo del patio estaba un olvidado y sucio cuarto, Tita lo mantenía abierto la mayoría del tiempo excepto en semana santa.

Ustedes se preguntarán por qué. ¿Tal vez por las cosas de valor que mi abuela guardaba allí? Pues no, en ese descuidado cuarto sólo había una vieja y sucia cama, un espejo roto, un escritorio al que le faltaba una pata y era sostenido con libros, un inservible baño y un horrendo cuadro de unos niños sucios y tristes que observaban a través de una ventana el cortejo de semana santa. Ese cuadro causaba escalofríos a cualquiera que se le quedara viendo.

Tita siempre nos decía que no entráramos a ese cuarto después de la seis de la tarde. Tanto mis primos como yo quisimos entrar un par de veces, pero a la mera hora nos daba un miedo que corríamos dentro de la casa y no volvíamos a salir al patio hasta el día siguiente. Para semana santa Tita siempre cerraba ese cuarto con candado, yo le preguntaba por qué sólo lo cerraba esos días, ella me respondía “tas muy chiquita pa saberlo, cuando seas grande te lo digo”... y bueno, año tras años le preguntaba a Tita si ya era lo suficientemente grande para que me contara ese gran secreto, ella revolvía mi cabello, me otorgaba una linda sonrisa y me decía “aún no, sé paciente”

Los días santos, Tita nos levantaba muy temprano para ir a misa, a Lolita y a mi nos obligaba cubrirnos la cabeza con un rebozo, a mi me daba mucha vergüenza, que iba a pensar los demás de mi (siempre fui muy vergonzosa tengo que admitirlo) a Fer y a León los obligaba a usar corbatas, claro eso no era tan vergonzoso como los rebosos cubriéndonos el rostro a mi y a Lolita, saliendo de misa íbamos a comer unas gorditas muy ricas con una señora que siempre se ponía en la esquina de la iglesia y antes de volver a casa nos compraba nieve de elote, en las tardes le ayudábamos hacer papel picado, a mi me quedaban figuras muy extrañas cuando extendía el papel china, Fernando siempre se reía de mi.

Recuerdo que el viernes de dolores amaneció muy caluroso, Lolita se había enfermado de la panza por haber comido una florecitas azules que Tita tenia en una maceta de ranita en el jardín, y todo por haberle hecho caso a León que le había dicho que si se las comía los ojos se le iban a poner azules, total que ese día no pudimos acompañar a Tita al viacrucis en la mañana, ni a la velación en la iglesia en la tarde por cuidar a Lolita. Hacia mucho calor para estar adentro de la casa así que nos salimos al patio y nos recostamos bajo la sombra del árbol, como no podía ver las nubes pasar me dedique a encontrarle figuras a las hojas del árbol, estaba tan entretenida que no me di cuenta cuando León y Fer se quedaron dormidos, bueno miraba las hojas cuando el viejo reloj de la sala comenzó a sonar, las seis de la tarde, de repente empece a escuchar unas risas de niños, voltee a ver a mis primos estaban como muertos, las risas se seguían escuchando, mi Tita no tenia vecinos, me pareció muy extraño,



Lolita no podía haber sido pues se encontraba dormida en un cuarto del tercer piso, así que me dedique a buscar de donde provenían las risas, resulta que venían del cuarto prohibido. ¿Acaso mi Tita tenia otros nietos y los escondía allí, para que nunca los encontráramos, o cómo?

Nunca había escuchado unas risas tan alegres, en mi vida, y eso que Lolita se reía con ganas, me pare del pasto y con paso lento me dirigí al cuarto, las risas se escuchaban cada vez más cerca, había un pequeño hoyito en la puerta me agache para ver sobre el, cuando sentí que algo me jalo del brazo, había sido Tita “Pero como se te ocurre acercarte al cuarto pequeña, cuantas veces les he dicho que no pueden acercarse y mucho menos entrar” Fer y León se habían despertado y me miraban como si hubiera hecho la peor cosa en el mundo. “Tita, es que escuché unas risas de unos niños”. Ella no puso cara de sorprendida ni nada. “No, mija, tu no oyiste nada, fue tu imaginación”.


Desde ese día nos prohibió salir al patio y no se volvió hablar del tema. Cuando las vacaciones terminaron Tita le pidió a mis papas que las próximas vacaciones de semana santa me llevaran con ellos, muy pocas veces volví a visitar la casa de nuevo, al igual que mis primos que no se cansaron de culparme por el exilio que se habían ganado por mi culpa.

Años más tarde mi abuela murió. La encontró un tío sobre la vieja cama que se encontraba en el cuarto prohibido. Nunca supimos qué fue lo que realmente pasó.

Nadie volvió a la casa, las plantas crecieron sin control la fuente se cubrió completamente de moho, la fachada fue rayada de grafiti. En pocas palabras, la casa se convirtió en un total desastre.

Algunas veces tengo el loco pensamiento de entrar a la casa esperar hasta las seis de la tarde y adentrarme al cuarto prohibido, pero sinceramente me da mucho miedo.