Siempre fui una persona muy sociable, sabia encajar en cualquier grupo
social, mantener una conversación sobre cualquier tema, todos querían estar a mi lado y saber mi opinión
sobre cualquier asunto, me gustaba llamar la atención ser el centro de todo,
hablaba y todos me escuchaban.
Un día mi voz comenzó apagarse, para que todos me oyeran tenía que gritar y
aún así tenía problemas para ser escuchada, fui al doctor un simple resfriado
pronto pasara, dijo, pero mis problemas seguían, los demás ya no me escuchaban y poco
a poco dejaron de pedir mi opinión.
Días después al verme al espejo note que mi piel era más blanca “¡Qué
bien las cremas empiezan a funcionar!” me dije, pero mi voz era cada vez inexistente,
entonces todos a mi alrededor no sólo dejaron de escucharme sino que comenzaron
a ignorarme, yo trataba de que notaran mi presencia, pero a los pocos minutos volvían
a ignorarme.
Entonces mi cuerpo comenzó a perder fuerzas, levantar cualquier cosa era una tarea muy difícil, transportarme a cualquier lado era un martirio, volví a
ir al doctor pero esta vez no me atendió.
Y en la escuela dejaron de nombrarme, si alguien de casualidad
preguntaba por mi, los demás ponían cara de extrañeza, y en mi trabajo mi cubículo
fue ocupado por alguien más, y al ir a pedir una explicación con el jefe volvía
a ser ignorada.
En las noches lloraba, si esto era una broma, ya había ido demasiado lejos,
porque todos me daban la espalda porque ya nadie me escuchaba porque se
portaban como si yo no existiera.
Cuando me volví a mirar en el espejo mi piel era de color
transparentoso, la ropa que usaba era opaca y mi cabello blanquecino, pero seguía
siendo joven, no entendía que pasaba conmigo.
Como pude llegue a casa de mis padres, toque con la poca fuerza que
habitaba en mí, pero nadie me abrió dure horas y horas esperando a que alguien
llegara, hasta que el cartero llego, se puso frente a mí y toco “No hay nadie,
no esperes que te abran” dije pero mi voz parecía un susurro. El cartero ni se
digno a verme, en seguida la puerta se abrió y mi madre salió, me pare a duras
penas del escalón y entre a la casa antes que volviera a quedarme afuera.
Ya adentro cuando mi madre entro, reuní fuerzas y le grite “¿Por
qué no me abriste?, tengo horas esperando afuera”, ella ni se inmuto, la seguí
hasta la cocina “Tú también me ignoras” la poca voz que me quedaba se quebró y comencé
a llorar “Tú no mamá, por lo que más quieras tú no, en la escuela en la oficina
a cualquier lado que voy todos me tratan como si no existiera, dime que es una
broma, y si así es, es muy cruel mamá, muy cruel”
Ella seguía cocinando, me puse frente a ella pero no lo noto, no podía con
su desprecio y salí a la sala, mire las fotos que mi madre atesoraba y mostraba
como trofeos en el librero, donde estaba sosteniendo un trofeo de ajedrez junto
a una prima, las vacaciones en Acapulco donde estamos en el yate de mi padre,
cuando fui a esquiar a Canadá en cada una de ellas había desaparecido, en la
primer foto había sido sustituida por mi
prima, ahora era ella quien sostenía el trofeo, en la segunda foto solo estaban
mis padres y en la tercera estaba mi madre con una amiga suya.
Mi cuerpo comenzó a temblar, mi corazón se oprimió tanto que por un
momento pensé que iba a sufrir de un ataque, salí de la casa llorando, ¿Qué estaba
pasando? ¿Por qué ahora cuando mi vida no podía ser más perfecta? ¿Qué clase de
juego macabro invento dios para hacerme sufrir?
Cuando llegue a mi departamento lo primero que vi fue la puerta abierta “Que
bien lo que me faltaba que robaran mi casa” entre lo más rápido que puede, en
efecto no había nada, fui a la sala, a la cocina al baño, nada, escuche voces en
mi recamara corrí hasta allí, el encargado del edifico estaba con una joven
pareja que veía entusiasmada mi recamara, “Como verán es perfecta para unos recién
casados como ustedes”-, dijo el encargado “Mi amor es lo que siempre soñamos,
no podemos perder la oportunidad”-, exclamo entusiasmada la chica, “si a ti te
gusta entonces no la quedamos”-, dijo el chico mirando primero a su esposa y
luego al casero, intente gritar decir que estaba presente, que aún vivía en el
departamento que tan sólo dos semanas atrás había pagado tres meses
adelantados, pero me sentía tan cansada sin fuerzas que los deje irse.
En mi habitación solo quedaba el viejo espejo que me había regalado la
abuela, me puse frente a él, mi reflejo era débil, casi inexistente, mire mis
manos, mi cuerpo cada parte de mi, todo estaba desapareciendo, me acosté en el
piso y arrastrándome llegue al rincón del cuarto, me puse en posición fetal y cerré
mis ojos esperando el momento en el que dejara de existir.